Después de librar un dura polémica el año pasado (en la que se pretendió desacreditarlo), el Concurso Internacional “Ensenada Tierra del Vino” llegó a su decimoctava edición, en el marco de las Fiestas de la Vendimia que se celebran en el puerto bajacaliforniano. A este respecto, he aquí las apreciaciones y los deseos de nuestro columnista.
Por Rafa Ibarra
Este año tuve la fortuna de conocer de cerca cómo se desarrolló el XVIII Concurso Internacional “Ensenada Tierra del Vino”, organizada por cuarto año consecutivo por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Fui testigo –ahora sí, nadie me lo cuenta– del gran despliegue de logística que conlleva organizar un evento como éste.
Veinticinco jueces (varios de ellos extranjeros), además de diversos observadores y medios de comunicación (algunos foráneos, como yo) a quienes por tres días procuraron hospedaje, alimentos y transportación local (nota: el vuelo redondo Monterrey-Tijuana lo pagué yo). Un número bastante nutrido de personal de staff, muchos de ellos alumnos de la Escuela de Enología y Gastronomía de la UABC, que hubo de ser coordinado con precisión para que las diversas áreas del concurso fueran atendidas adecuadamente, como la sala de catas, la sala de muestras, los alimentos en los recesos, el lavado de las copas, el servicio de los vinos, el apoyo al sistema de cómputo utilizado, el apoyo a los medios de comunicación, y un gran etcétera.
Observé con detenimiento cómo se llevaron a cabo las sesiones de cata, cómo se organizaron a los jueces, y sobre todo, cómo es que se mantuvieron en secreto cada una de las muestras catadas, con lo que les puedo confirmar que no hubo ni fraude, ni chanchullo, ni mala leche en la calificación, ni nada parecido. Ya saben que tristemente sufrimos de “sospechosismo”, como dijo alguna vez un político mexicano.
Lo que sí vi fue buena voluntad y disposición de parte de los jueces, quienes estaban conscientes de la responsabilidad que estaban adquiriendo, y llevaron a cabo la labor confiada con seriedad y respeto.
Y también atestigüé, al final del concurso, los aplausos y gritos de júbilo cuando el Dr. Víctor Torres Alegre anunció que la única Gran Medalla de Oro había sido otorgada a un vino mexicano. ¡Bien por eso!
Eso es parte de lo que observé. Y todo lo que observé me gustó y experimenté un gran regocijo interior.
¿Quisiera el próximo año ver algo más de lo que observé este año? ¡Claro que sí! Quisiera que fueran más de 11 países lo que tengan confianza de participar en este concurso, único en México.
Quisiera que, así como la industria nos pide que “cuando pensemos en vinos, decidamos por México”, así también todas las vitivinícolas mexicanas participen en este concurso, y no busquen hacerlo sólo en el extranjero: el buen juez por su casa empieza. Que demuestren con hechos lo que expresan de palabra.
Quisiera ver a los jóvenes con mayor representación en el concurso, teniendo como jueces a los tres primeros lugares del concurso “Joven Sommelier Mexicano” que cada año organiza Cavas Freixenet de México.
Quisiera ver como juez al ganador del concurso del “Mejor Sommelier de México” que organiza la Asociación Mexicana de Sommeliers.
Quisiera ver cómo se va amalgamando a todos los actores del escenario vitivinícola nacional en este concurso, para así aumentar su nivel y prestigio.
Que algún productor nacional no entró al concurso porque “prefieren ir a otros más reconocidos”. ¡¿Cómo va a ser reconocido si no participan!? Es como la paradoja del recién graduado al que nadie quiere contratar por no tener experiencia laboral. Por Dios.
Señores productores, distribuidores e importadores: créanme cuando les digo que pueden confiar en que este concurso se realiza con toda la seriedad que ustedes esperarían. La UABC demostró con creces su capacidad de organización. Cuando algo se hace bien, la mejor recompensa es otorgar nuestra confianza. Créanme que no los decepcionarán.
Sinceramente espero que no echen en saco roto mis palabras y el próximo año participen.
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